jueves, 8 de marzo de 2012

"Ese cierzo que sopla" de Frederic Porta

ESE CIERZO QUE SOPLA

Comienza a soplar un agradable cierzo en Zaragoza, viento de dignidad y principios, cariño a los sentimientos comunes, decencia y llamamiento a la deportiva y cívica rebelión. Movimiento cohesionado desde el corazón con el ético objetivo de salvaguardar principios. No será el fútbol lo primero y más importante, sólo faltaría, pero también merece respeto como fábrica de incomparables emociones, fuente de alegrías, industria de disgustos y zapatetas soportadas si hace falta con estoicismo y espíritu positivo, como las de hoy, allí. Sepa, Agapito Iglesias, que los aires de la gente honesta pueden convertirse primero en vendavales, luego serán huracanes y al final, tornados devastadores. Y cuando regrese la calma, el panorama quedará limpio, diáfano y construirán sobre las cenizas un nuevo equipo, de perfil acorde a los deseos populares. Al fin y al cabo, coherente con el amor, primordial energía motriz del género humano.

El cierzo que sopla ahora en La Romareda procede de la misma fuerza que empujó la parábola de Nayim hasta batir a Seaman. Y mecidos por esa corriente de aire, tan refrescante y orgullosa, se escuchan otros nombres, más allá de los citados cuando los recreábamos desde el agradecimiento a Los Cinco Magníficos y sus espléndidos contemporáneos de plantilla. Sobran las referencias estimulantes que desean desde el pasado proyectarnos hacia un esperanzador futuro. Diría que suenan con la voz, entonación y timbre suave con el que hablaba Saturnino Arrúa, y salen enhebrados como las cerezas del cesto: Pablo García-Castany, el elegante señor de la zona ancha. El pillo de Pichi Alonso, Salva mandando desde atrás, Cedrún bajo los tres palos, arropado por Junquera… El vibrante recuerdo de Los Zaraguayos que te llena la boca de admiración por Nino, otra vez él, el Lobo Diarte que se comía defensas en la merienda, Ocampos y Soto, arietes en la ofensiva por vencer desde el convencimiento. Por que se trata de ganar y a eso volveréis a acostumbraros pronto, cuando los pequeñines aragoneses, los zagales de vuestra cantera, crezcan arropados por el insigne, intachable magisterio de estos referentes, secundados por futbolistas que procedan de lejos y sepan leer para aprender, como se lee un clásico imprescindible, entre las páginas del Real Zaragoza, texto en redacción continua desde las últimas ocho décadas. Y por respeto y como espejo donde mirarse, deben saber también de Juan Señor, de Amarilla, de Morientes, del Chucho Solana, de Cáceres y también de Aragón, el jugador y el territorio, ambos…

Lo importante, en la vida y en el fútbol, esa gran metáfora existencial, no consiste en lamentar la caída, sino en saber levantarse para seguir luchando, dispuesto a vencer adversidades. Los contratiempos enseñan, sostiene el soplo de Nayim, las pasajeras recaídas nos harán más fuertes. Hay que cuidar incluso el detalle en el recuerdo, nada nostálgico, para proclamar orgullosos que Frank Rijkaard llegó a ser quien fue, junto a Gullit y Van Basten, por haber completado licenciatura en La Romareda, campo que curte y enseña, como hoy aguanta paciente hasta que amaine la tormenta.

El viento, maños, sigue soplando y trae consigo nuevos nombres en los que reforzar la confianza ante el porvenir: Güerri, Casuco, Paquete Higuera, Gustavo Poyet, Juanmi, Narcís Julià, vuestros Zapater o Víctor Muñoz, Murillo, Nieves, Paco Jémez, Planas, Galletti, Esnáider, Milosevic, Garitano… Denominaciones con excelente paladar mezcladas con sabores aún vigentes de gran añada: Diego Milito, David Villa, Ánder Herrera o Pablito Aimar. Dicen los literatos de esta pasión, que también los hay, que en la vida puedes cambiar de todo menos de equipo de fútbol, junto al que debes permanecer a las duras y a las maduras. Dogma de fe que seguimos a pies juntillas. Ahora, en las duras, por tanto, que nadie abandone el carro. Precisamente, es cuando conviene acudir al santuario común vestido con los colores de la cofradía que mueve y conmueve. Cuestión de fe, también.

En la blanquilla camiseta, no dejen su dorso en blanco. Impriman su propio apellido, el de Lapetra, el de Xavi Aguado, el de Violeta o Arrúa, el de aquel digno futbolista que les conmovió por vaciarse con la misma entrega que hubieran puesto ustedes en primera persona y envíen así un mensaje de confianza al cómplice en sentimientos. Esos números, estas zamarras, volverán a soplar con brío, reencarnadas en otros nombres, por la misma tierra, sobre el mismo césped, que les encumbró y admiró. Hoy más que nunca, insuflen vida al club, exprésenle el cariño, lo hondo que cuajó en su corazón. El que nunca tendrán ni comprenderán aquellos que quisieron hundirlo en la miseria. Querían y no lo consiguieron, ni lo conseguirán, nos pondremos tozudos como en el injusto tópico del aragonés hasta lograr que regrese donde debe estar. Conjúrense en la tarea por Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra. Por la sólida fraternidad forjada en ochenta años de militancia, por el empuje común de cuantos se ven metidos en este trance.

El cierzo siempre sopla con mayor fuerza y sigue recordándonos, escritos en el viento, esos nombres, ese pasado proyectado hacia el futuro, que tanto animan a seguir, caiga lo que caiga, por duro que resulte aguantar el simún del desierto en travesía. Orgullo, maños, orgullo; cabeza para pensar y corazón para seguir fieles a bordo en la ilusión de todos, el Real Zaragoza.

Frederic Porta